Esta mañana al abrir los ojos supe de inmediato que había
dormido bien, percibí mi cuerpo más relajado, y mi buen humor aumentó al ver un
rayo de luz entrar a través de las cortinas hasta mi cama. Me levanté sonriente
y hambrienta, pensando hacerme unos huevos con tostadas, sólo el hecho de
pensar en ello me llenó la boca de agua, hasta me sorprendí cantando al
preparar mi desayuno. Llené mi vaso con un jugo de naranja, el contacto del
líquido dulce y frío en mi boca incrementó mi sed de manera incontrolable. Terminé
por vaciar el litro de la botella.
Cargué
mi desayuno hasta la mesa pensando en comer viendo la televisión, pero era la
hora de los noticieros: la hora de las malas noticias, de los accidentes, de
las muertes, de las guerras, del desempleo, y de la alza de las tarifas. A
momentos odiaba mi futura profesión.
Al
final opté por poner un CD de música clásica, me levanté con otro vaso de jugo
en mis manos y encendí la HI-FI, escogí una compilación de los mejores
clásicos, las primeras notas empezaron a sonar, mi oído se deleitaba con la
música y mi lengua con el sorbo de jugo, mientras la cortina de la ventana me
acariciaba el antebrazo. Me sentía estupenda.
La
impresión de olvidar algo importante me invadió, sin embargo, la música me
llevaba a otra dimensión, alcé los hombros impotente, seguro me recordaría más
tarde.
Puse
los trastos en el fregadero, pensando en la ropa que me iba a poner, en ese
momento, decreté que el amarillo sería el color del día con un pantalón café,
me duché al ritmo de la misma música mientras tanto mi mente se adelantaba
sobre mi agenda; la mañana empezaba con la clase de economía, en la tarde tenía
Técnicas de Investigación Periodística, y en la noche Teoría del Estado sin
olvidar ser la guía de Víctor. Se me ocurrió la idea de llevarle los cuadernos
de todas las materias para que pudiera ponerse el día, y en cierta forma
cumplir liberándome de él. Después de vestirme traté de peinar mi cabello rojizo
ondulado, lo cual no era muy fácil; me pinté los ojos y me puse algo de brillo
en los labios, y de paso decidido agarré
todos los cuadernos y las llaves cerrando las ventanas y la puerta de mi
apartamento.
Llegué
bastante rápido, aunque sabía que tenía que enfrentarme a Víctor en un momento
dado, preferí retrasar el intercambio quedándome en mi carro a repasar la
materia. Después de varios intentos de leer y entender la misma frase, me di
por vencida, era absurdo, ni siquiera lo conocía. Me recordé de las sospechas
de Julia al decirme que me gustaba, y sentí el calor llegar a mis mejillas. ¡No
podía ser eso! Es cierto que poseía un encanto natural poco común y
bastante clase, con un aire de autosuficiencia que ponía la confianza de
cualquiera por el piso; a pesar de ello, Víctor no dejaba de ser una persona
fría y desagradable; además según Julia, era un mujeriego.
Por
lo cual: de cerca está bien pero de lejos, mucho mejor.
Me
fijé en la hora, entrábamos en cinco minutos, ya era tiempo. Cuando lo encontré
sentado, esperando, nuestros ojos se cruzaron y me forcé por sostener el peso
de su mirada negra, segundos después Víctor bajaba sus hermosos ojos contrayendo su mandíbula. Al
llegar a su mesa le enseñé los cuadernos explicándole que si ocupaba alguna
ayuda o tenía alguna duda pues que le podría ayudar.
—Gracias.
—Eso fue todo lo que me contestó, gracias.
Su voz era neutral, sin ninguna expresión en
particular. Perpleja, decidí ignorarlo; a
lo más seguro pensaba que yo seré una de las tantas en sucumbir a su “encanto”.
Me reí en mi interior mientras elaboraba un plan maquiavélico: estábamos en
miércoles.
—A
propósito, necesito que me los devuelvas este viernes. —Mi voz sonaba bastante
determinada, lo cual me dio bastante satisfacción.
La
profesora Betancourt entró solemnemente y nos dijo:
—Saludos.
Antes de empezar a sacar la materia, me acaban de informar que las clases van a
ser suspendidas el día de hoy. Como sabrán, el joven Lucio no ha sido encontrado
todavía. Por ese motivo vamos a reunirnos todos en el gimnasio, ahí estarán los
padres de Lucio y la policía. Pasaré
lista, todos los presentes tienen que ir, esa reunión es de carácter
obligatorio.
El
ánimo que había logrado recuperar esta mañana se desvaneció por completo, la
idea de esa reunión no me alegraba mucho, lamenté en ese momento haber venido a clases, la idea de ver a los
padres de Lucio desfigurados por el dolor no me resultaba fácil tampoco.
Conocía demasiado bien el dolor que puede ocasionar la pérdida de un ser amado
y no me imaginaba lo que podían sentir ellos, al tratarse de su propio hijo;
era simplemente contrario a la propia naturaleza.
Al
llegar al gimnasio, me senté en las gradas del medio, y observé cómo se llenaban
poco a poco las gradas de alumnos; unos eran compañeros míos, con otros estaba familiarizada al verlos por
ahí, mientras que, los demás eran simples desconocidos. No obstante, todos
tenían un punto en común, no les importaba. Se reían, haciendo bromas estúpidas,
viendo esa reunión como una simple distracción para “escaparse” de clase.
Siendo honesta, me hubiese gustado pertenecer a esa clase de personas,
hasta me causaba envidia verlos tan
despreocupados. En cambio, aquí estaba yo, con la mirada llena de una tristeza
infinita, sin nadie alrededor.
Al percatarme de cierto movimiento en la tarima, mi corazón brincó hasta mi garganta al ver la fotografía de Lucio con esa sonrisa que tanto conocía, que tanto extrañaba; me recordé, con pena, de aquellos momentos felices, en los que nos reíamos de las bromas o babosadas del uno o del otro.
Al percatarme de cierto movimiento en la tarima, mi corazón brincó hasta mi garganta al ver la fotografía de Lucio con esa sonrisa que tanto conocía, que tanto extrañaba; me recordé, con pena, de aquellos momentos felices, en los que nos reíamos de las bromas o babosadas del uno o del otro.
Aquellos
tiempos habían terminado, de eso sí estaba segura, y nada de lo que hiciera,
podría hacernos volver a aquellos tiempos tan felices, sentí mi garganta
apretarse aún más y las lágrimas inundaron mis ojos. En este preciso momento,
con la vista borrosa por las lágrimas, pude ver a la madre de Lucio, que con un
gesto me pidió unirme a ellos. No tuvo que insistir mucho, de poder escoger,
prefería estar con los padres de Lucio, que ser una marginal entre una masa de
personas superficiales y alegres; bajé las escaleras y caminé tímidamente para
encontrar refugio en los brazos tendidos de Mariela. Me burlé de mí misma sin
ninguna compasión, yo, debería de dar consuelo en lugar de llorar la pérdida de
mi amigo, en los brazos su madre; que patética era yo, no me venía nada más a
la mente.
El
director empezó su discurso pidiendo silencio en el micrófono. La masa se
calló, esperando.
—Estamos
aquí reunidos, con el propósito, de dedicar un momento para el joven Lucio, el
cual desapareció misteriosamente hace unos días. Sus padres, aquí presentes, quisieran
tener un momento con ustedes, les ruego que escuchen atentamente sus palabras…
Mi
mente se desconectó, no quería escuchar ni una palabra más, quería dejar el
recuerdo de mi Lucio intacto, la imagen aquella, de ese joven lleno de vida
caminando hacia su carro con elegancia y fuerza. El director hablaba cuando
Mariela empezó a decirme:
—¿Te
ha dicho algo en especial? Algo que justificaría su comportamiento: algún
problema, una inquietud; o puede ser una impresión tuya, o una sospecha que nos
podría ayudar.
La
voz de su madre era como un puñal en mi corazón, no sabía nada en lo absoluto,
y tampoco podía aliviarle aquel dolor inmenso que se sentía en el tono de su
voz y en su mirada. Alcé la mirada viéndola a los ojos tratando de hacerle
entender que me sentía totalmente impotente y no había en mí la más remota
posibilidad de ayudarla a atenuar aquel sufrimiento, le rogué que me perdonará
por no haber sido una mejor amiga para Lucio, su hijo, como él lo fue para mí.
—Tranquila,
te entiendo —susurró Mariela—. Lo encontraremos, y verás que todo volverá a la
normalidad.
Le
sonreí sacando todas las fuerzas que me quedaban para mentirle y darle la esperanza.
Cuando bajé la mirada, sabía que era muy tarde, algo me decía que nada iba a
ser como antes si lo encontrábamos; mis lágrimas de desesperación sin fondo,
cayeron sobre mis mejillas
—Deberías
ir a descansar, Nina, te ves sumamente cansada, no hay nada aquí que puedas
hacer para ayudarnos. Créeme si pudiera y estando en tu lugar no lo dudaría, me
iría a la casa entre almohadas.
Su
voz se quebró al final, pero entendí lo que me quiso decir; ella no podía
rendirse ante la lucha, siendo madre, nunca podía perder la esperanza por más
fuerte que fuera la tentación de hacerlo. Sin embargo, en mi caso, no tenía ningún
compromiso, o atadura que me obligara a hacerle frente a toda esa masa.
—Lo
siento —logré decir—, no poder ayudarle más, pero si sirve de algo, yo también
amaba a Lucio a mi manera, al igual que la quiero a usted.
—Gracias
Nina —los ojos de Mariela brillaban—. Puede ser que todavía no te das cuenta,
pero tú eres una joven muy especial a tu manera.
Me parece que hay cosas en el cuarto de Lucio
que te pertenecen, si quieres, puedes ir ahora que no hay nadie en la casa, y
estar un poco tranquila.
Pese
al pro y al contra de su propuesta: Lucio podría volver y enojarse por haber
violado su santuario; y si no vuelve estaría perdiendo la oportunidad de
escaparme de aquí con el consentimiento de Mariela, y estar un poco más cerca
de Lucio aunque fuera por un momento, de modo que asentí con la cabeza. En ese
momento Mariela me soltó de sus brazos y la observé, mientras sacaba de su
juego de llaves las que me servirían para entrar me extendió un par de llaves
dándome las instrucciones que consistían en dejarlas debajo de la alfombra
antes de irme.
—Vete,
no tenemos por qué estar todos aquí ahora.
—Gracias.
Me
aparte, saliendo del gimnasio, alejándome de la masa con cierto alivio.
Llegando al parqueo, oí a un grupo de jóvenes a la par de un vehículo lujoso,
no hacían nada, parecían más bien estar esperando a que terminé la reunión.
Tomé mis llaves pidiendo permiso para pasar,
cerré la puerta, y salí del parqueo a toda velocidad sollozando.
Cuando
llegué a la casa de Lucio me quedé un rato al frente, me sentía vacía al saber
que no había nadie en la casa, soplé para darme impulso y fuerza para salir de
mi vehículo con las llaves de la casa en la mano.
Subí
las escaleras, una, dos, tres, estaba a punto de meter la llave en la cerradura
pero me pregunté si estaba lista para enfrentarme a la realidad; sin embargo,
la curiosidad que sentía no me hizo cuestionar mucho más y giré la llave en la
cerradura.
El
característico clic me dio la señal de que la puerta estaba ya abierta; con la
mano agarré la perrilla de la puerta cuyo quejido al abrirse hubiera despertado
a un muerto, con un gesto más brusco y rápido terminé por cerrarla sin escuchar
ni un ruido.
En
el umbral, estaba envuelta por un silencio religioso acompañado por el péndulo,
clic clac, clic clac, los dos juntos lograron que se me pusiera la piel de
gallina, crispada, avancé cautelosamente hacia el segundo piso a donde se
encontraba el cuarto de Lucio; la escalera era de madera oscura con una
alfombra roja a lo largo de ésta, al subir no se escuchó los tacones de mis
zapatos absorbidos por la alfombra pero sí el crujir de la madera señalando mi
posición a cada paso.
Una
vez en el segundo piso me di cuenta de que el recuerdo que tenía de esa casa
era totalmente erróneo, había un montón de puertas dando la impresión de estar
en un pequeño laberinto, por dicha, mi memoria no me fallaba al punto de no recordarme
que su cuarto era el más alejado de todos… en esos tiempos me parecía ser lo
más oportuno dadas las circunstancias…, pero ahora tenía que atravesar todo el
corredor, el cual me pareció enorme. Con el poco coraje que me quedaba crucé
ese corredor hasta llegar frente a su puerta, inconscientemente cerré el puño
lista para tocar la puerta (lo cual era ridículo) aun así hubiera preferido esa
situación.
Me
sentí triste, Lucio me hacía una falta enorme. Inspiré profundo y abrí la
puerta, el impacto fue pero de lo me imaginé, el vacío que sentí era descomunal
y casi sobrenatural. Intenté tragar saliva, al sentir que mi garganta se
cerraba por la emoción, el cuarto estaba igual que la última vez que había
venido aquí: la cama estaba tendida, y sobre el mueble que servía de biblioteca
los libros estaban perfectamente ordenados.
Mariela
me había dicho que quedaban cosas que me pertenecían, de manera que empecé a
buscar pertenencias mías; dirigiéndome hacia su escritorio, pude notar que su
material de historia estaba ahí tirado, y al levantar la vista, la sorpresa fue
intensa al ver que nuestra fotografía, la de nuestro primer aniversario de noviazgo,
estaba siempre allí. Hacíamos una linda pareja, desde un punto de vista exterior;
Lucio se veía ciertamente muy feliz, tranquilo y pausado, al contrario, yo trataba
de tener una compostura más relajada infructuosamente. Suspiré dejando la foto
a donde la había encontrado. Que irónico, él me había terminado, pero todavía
tenía esas reliquias, mientras que yo, ya había botado todo aquello que podría
haberme recordado esa época, permitiéndome de esa manera mentirme a mí misma, y
creer fuertemente en nuestra amistad. Continué viendo qué más pudiera ser mío, y
me detuve unos segundos sobre el cable que unía la cámara de video con el
televisor, el cual prendí.
Con
la cámara en las manos encendida le puse inicio,
y la grabación empezó a rodar.
Éramos
nosotros en la casa de Julia para su cumpleaños, oí la voz de Lucio quien
sostenía la cámara regañando a Julia por no haberse tomado el trago entero…
empecé a reír y a llorar al mismo tiempo, Lucio… Al rato volví a prestar atención
al vídeo, pero el ambiente era distinto, y no aparecía ni Julia ni yo, ni la
casa, sino un bosque. Alguien más debía de grabar, ya que aparecía Lucio
riéndose con otros, y de pronto una mujer guapísima se le acercó llevaba una
camisa rosada, unas mallas de color negro con una falda por encima, sus tacones
de agujas resaltaban aún más su grande estatura. Ella se intimidó falsamente frente
a la cámara cuando Lucio pasó la mano dentro de su escote para palpar sus
generosos pechos, y luego ella lo besó apasionadamente mientras él respondía
fogosamente; la mujer era una rubia de ojos azules profundos acompañados de
unas pecas sobre sus mejillas, su rostro era perfecto, ella era perfecta,
hermosa. Lucio aproximó su mano a su cara de un gesto suave y delicado, luego
bajó la mano hacia sus nalgas sin dejar de besarla.
Un
dolor comparable al de una puñalada me perforó el pecho, cortándome la
respiración, revolviendo mi estómago. Aun así, me quedé petrificada, incapaz de
moverme, ni siquiera para detener las imágenes de la pareja filmando sus
intimidades; momentáneamente me percaté de la fecha en la esquina derecha abajo
del televisor, no lograba creer lo que estaba viendo, en esa época todavía
éramos novios, mi puño se cerró sobre la cobija de la cama, en un intento por
amortiguar toda la desesperación que sentía en ese momento. El dolor se estaba
transformando en un sufrimiento sin límites, propagándose en todo mi ser
envenenando mi corazón; decidida me levanté y apagué el televisor.
Los
puños crispados de la ira arranqué de mi cuello aquel collar que él me había
regalado para mi cumpleaños. ¡Mentira! Toda
nuestra historia había sido una gran mentira.
No me importaba recuperar mis pertenencias olvidadas, pertenecían a un pasado
irremediablemente muerto a mis ojos, al igual que Lucio. Salí del cuarto sin
voltearme a ver, con dirección a la salida de la casa, cerré la puerta dejando
las llaves debajo de la maseta, tal como me lo había pedido Mariela, y me dirigí
hacia mi carro.
Me
sentía peor que al irme del campus
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