2. El Duelo
Una vez, el efecto del impacto controlado, me dirigí hacia
el teléfono y llamé a Mariela.
—Diga.
—Parecía ser su madre, aunque no estaba del todo segura.
—Buenas
noches. —Me sentía bastante incómoda, no debía haber llamado, seguramente no
querían conversar con ninguna persona que no fuese de la familia—. Hola soy Nina,
disculpe si llamo en este momento… pero acabo de ver las noticias, y pues… me
preguntaba si sabían algo más de lo que mencionan.
—Ah,
hola Nina, pues mira no sabemos nada todavía, estamos igual que tú, pero ya la
policía está investigando, y lo más
seguro es que no podamos compartir los elementos de la investigación, ya
conoces el procedimiento. Pero ahora que te tengo, ¿no sabes a dónde se dirigía
en la tarde?
—No,
me recuerdo que me había mencionado tener un compromiso, y haberse ido con
bastante prisa del examen, pero no me dijo a dónde iba específicamente. Dígame…
es igual de preocupante de cómo se ve en los noticieros.
—Ay
Nina… la verdad que sí, estamos todos aquí realmente angustiados, no hemos tenido
ninguna noticia de él desde que se fue para el campus. ¿Estás segura que no se
te ha escapado nada? O no sé alguna información que te haya confiado… algún
detalle, por más insignificante que sea puede ser muy importante.
—No
Mariela, lo siento. Lo único que sé, es que últimamente Lucio ha estado muy
ocupado, y hoy al decirme que tenía un compromiso parecía estar un poco
incómodo, pero podría ser mi imaginación… la verdad es que me siento un poco
confusa…
—No
te preocupes Nina, lo encontraremos. Me tengo que ir. —Su voz se quebró por la
emoción mientras mis ojos se llenaban de lágrimas, de tristeza y de angustia,
el estado emocional de Mariela no presagiaba nada bueno―. Cualquier información
que tengas llámame de inmediato, sí.
—Sí,
lo prometo. Siento mucho, no poder ser de gran ayuda… cualquier cosa que ocupe
no dude en llamarme también.
Al
colgar me fui a la cama desamparada, sin idea de lo que tenía qué pensar o
sentir sin mencionar el qué hacer. Aquel sentimiento de esta mañana cobraba una
forma real y desgarradora, expandiéndose como un veneno a través de mi cuerpo.
Lucio. ¿Qué iba hacer ahora sin ti? Mi mejor amigo, mi confidente del alma, ni
siquiera tuve la oportunidad de despedirme de ti.
Sabía que los noticieros habían mencionado
la palabra desaparición, pero mi corazón ya sabía la verdad, por sus latidos
pesados, sofocados, forzosos y dolorosos: Lucio no iba a volver. No parecía ser
yo la única en tener esa sensación, Mariela también lo intuía y las madres
pocas veces se equivocan. Unos espasmos seguidos de calambres incontrolables
impactaron mi estómago, mismo si no querría llorar sentía las lágrimas mojar
mis ojos; agarré la almohada soltando mi
tormento. Una pregunta desesperada se formaba en mi mente ¿Por qué?
Al
amanecer la lluvia golpeó mi ventana, no había podido cerrar el ojo en toda la
noche, me dirigí al baño maquinalmente, mis ojos me ardían, pero esta vez no me
importaba, nada me importaba. ¿Acaso, iba seguir perdiendo a todas las personas
que quería?
Oí
mi celular sonar, era mi tío, preguntándome cómo me sentía.
—Bien,
al menos como se puede.
—Lo
siento mucho, Nina, de veras. Cualquier apoyo que ocupes no dudes en llamarme,
aquí estaré, yo sé que ustedes eran muy cercanos.
Una
lágrima recorrió mi mejilla en un intento infructuoso de consolación. Sentí el
silencio instalarse entre nosotros.
—¿Has
podido hablar con algún pariente de Lucio?
—Sí,
llamé a su casa ayer en la noche. Mariela, su madre está bastante preocupada.
—Me
imagino, la pobre. Sabes que no soy muy bueno para esas cosas pero llámame.
¿Sí?
—Tranquilo,
no te preocupes. Mira tengo que ir a clases y el profesor de historia me ha
dado un encargo así que tengo que dejarte —dije pellizcando mi labio con mis
dedos—. Gracias por haber llamado, y disculpa si fui algo brusca contigo.
—No
te preocupes. Llámame al volver, ¿Si?
—Apenas
llegue de la universidad, te lo prometo.
Al
colgar me fui directamente al closet, en busca de una ropa cómoda; una camisa
negra y unos jeans con tenis. Al
peinarme repasé la conversación con mi tío, definitivamente el tacto no era una
cualidad en nuestra familia.
Desanimada,
no sabía si iba a poder ir a la universidad y mucho menos ser la guía del nuevo
estudiante; parecer jovial y fingir en cada momento, me parecía totalmente
fuera de mi alcance. «Bueno, me dijo mi voz, puedes quedarte aquí a llorar todo el día, sintiéndote desdichada y
maldecir el mundo o tratar de seguir adelante yendo a la U. La vida continúa…lo
mismo sin Lucio. Intentar, sólo un intento».
Al
llegar al campus, ni siquiera me recordaba de cómo había llegado hasta aquí,
tampoco de haberme ido del apartamento. Inspiré profundamente con el fin de
tomar impulso y salí del carro.
Pasando
por el corredor, sentí que todos me miraban con ojos de piedad y de compasión,
dándome ganas de gritar, no, peor, de irme para no volver, sentí la nariz
picarme, no, no ahora no, apresuré el paso y me dirigí al baño; me senté sobre
la tapa y esperé hasta recobrar la
calma. Iba a llegar tarde a clases, vaya anfitriona era yo, pensé sonriéndome a
mí misma despiadadamente. Sin idea, si iba a poder despegarme de la tapa del
inodoro algún día e imaginar la profe echándome de la clase por llegar tarde,
no ayudaba. Aunque, pensándolo mejor, con un poco de suerte, me quitarían mi
rol de anfitriona, eso me ayudó un poco a levantarme el ánimo. Abrí el cierre
de la puerta y salí del baño, caminé lo más despacio posible hacia el aula,
entre más tarde llegara, mejor.
Frente a la puerta anaranjada de metal, toqué
con mucha timidez, esperé hasta oír a la profesora darme la orden de pasar.
Entré y esperé mi sentencia… nada… no, no me dijo absolutamente nada,
simplemente continuó su sagrado discurso, ignorando mi presencia. Esperé un
poco más, por si acaso; al darme cuenta de que mi esfuerzo por llegar tarde no
resultó, suspiré y caminé disgustada hasta mi asiento con una evidente mala
gana.
Al
sentarme, advertí el cambio de mi compañera por el nuevo estudiante, se veía
algo incómodo debido a mi humor que seguramente no tenía nada de caluroso, el
pobre no había hecho nada para merecer semejante bienvenida.
—Hola
—dije con el fin de ponerlo un poco cómodo.
Dejó
de escribir para alzar la mirada, luego me sonrió agradecido, me cautivó su
mirada misteriosa llena de secretos y madurez, sus ojos eran de un intenso
color negro haciendo juego con su pelo atado de una cola, su estilo era
bastante singular, poco común para los jóvenes de nuestra edad. Al sentarme,
observé que en su camisa blanca resaltaba su piel dorada decorada un tatuaje de
una cruz roja, la cruz de los Templario. Al menos no era feo.
—Sé
que no dejó indiferente a las mujeres, aun así, deberías de concentrarte en la
clase —me aconsejo el nuevo.
Bajé
la mirada, las mejillas calientes. Traté de prestar atención a la clase aunque
ya sabía por adelantado que era un esfuerzo en vano. Todo se me mezclaba, la
voz del periodista en la televisión comentando la misteriosa desaparición de
Lucio, la voz de la profesora, la de Sam, la de Lucio, los alumnos susurrando…
La sangre empezó a hervirme, de repente, mis manos cerraron mi libro,
recogieron mi bulto y sentí mis piernas llevarme hasta la puerta. Una vez
afuera, corrí hacia mi vehículo, busque mis llaves en mis bolsos… ¡nada!, en mi
bulto… ¡tampoco! ¿Las habré olvidado en el carro? Me fijé un momento…no, nada.
Oí el timbre tocar. Genial, ahora me iba a costar salir del parqueo.
—Creo
que se te olvidó esto ¾dijo una voz ronca, grave, con
cierto agrado en la voz acompañado del tintineó de unas llaves. Me volteé para
ver quién me dirigía la palabra, con mis llaves en sus manos.
—¿Tú?
—Nos miramos a los ojos, yo desafiándolo por aquella conducta en clase y mi mal
genio.
—¿Esperabas
alguien más?
—No…
—dije decepcionada, pero ayer hubiera podido ser Lucio pensé, con esa sonrisa
amistosa, regañándome por ser una descuidada sin perder la oportunidad de resaltar
ser mi salvador: «Ah Nina, ¿qué harías sin mí?».
Seguramente
el nuevo debió darse cuenta de mi súbito malestar ya que perdió cierta
compostura, hasta verse un poco preocupado.
—¿Estás
bien, te fuiste tan súbitamente…? ¿No será por lo que te dije en clase?
Como
respuesta agarré las llaves, planeé abrir la puerta e irme sin volverlo a ver,
pero mis manos me temblaban tanto… ya era el tercer intento sin lograr abrir
ese pedazo de lata y él seguía aquí. ¡Qué desesperante!
—¡No
tienes nada más que hacer! Ya tengo las llaves, gracias. —Esta vez sí se iba a ir al
entender que quería estar sola.
—¡Nina!
—me gritó una voz familiar, era Julia—. Por Dios, traté de localizarte por todo
lado. ¿Cómo te sientes?
La
miré desesperada, Julia. Hacía tiempo que no nos hablábamos, me abrazó
fuertemente, abriendo la fisura dentro de mi pecho, de pronto la barrera que
forjé se desvaneció. Exploté llorando sobre su hombro. Corazón no debiste
venir, es ridículo. ¿Quieres que te lleve a casa? Tengo un examen en veinte
minutos pero no me importa puedo llegar un poco tarde.
—No,
estaré bien de veras —susurré, sin lograr convencerla se quedó viendo al nuevo.
—¿Cuál
es tu nombre? ¿Manejas?
—Víctor
y claro ahí está mi vehículo. ¿La puedo llevar si quieres? —el vehículo en cuestión era nada
más un Range Rover blanco, último modelo.
—Puedo
manejar sola —contesté mientras abría la puerta.
—¡Vamos
Nina sé razonable!
—Estaré
bien.
Arranqué el carro, cerrando la puerta. ¡Razonable! Acaso no sabía que la
razón estaba en vía de extinción en este mundo. Presioné el acelerador
dejándome llevar por el impulso, manejando a toda velocidad. Un tiempo después
apareció el rótulo de despedida: «Vuelva Pronto».
No
tenía la menor idea hacia donde me dirigía, ni si iba a volver mañana a la
universidad, pasé frente al supermercado al que nunca iba por lo lejos que se
encontraba, pero seguí, no me importaba, nada me importaba, solamente quería
manejar y sentir el viento en mi pelo… de pronto, mi vista quedó atrapada por
el bosque, la repentina idea de ir a pasear entre los árboles me pareció lo
suficientemente atractiva como para parquear el carro.
Caminé
por el sendero escuchando los sonidos de los pájaros, del río a lo lejos, de la
madera seca al caminar sobre ella, suspiré un poco relajándome, disfrutando de
esa caminata improvisada, exhalé al sentarme en la base del arbusto; mis ojos
se enfocaron sobre un poco de césped, arranqué uno y lo coloqué entre mis dos
pulgares y soplé, ningún sonido, lo intenté un par de veces, sin éxito. Abandoné
el zacate y me acosté observando los árboles con sus pedazos de cielo entre
ellos.
Esta
semana, era un desastre, me sentía impotente, sin control sobre mis
sentimientos, los acontecimientos, sobre la vida en general y seguramente la
desaparición de Lucio iba a desatar mis monstruos internos frente a las inseguridades y mis miedos más
profundos, entre ellos: la soledad.
La
conocí desde que tuve conciencia de no ser como los demás niños, al no tener
padres siempre me sentí distinta al tener nada que contar al no tener esos
recuerdos de madre e hija, al no tener esa cariño maternal, sin contar con la
ausencia total de la protección de los brazos de un querido padre; con el
transcurso del tiempo y la madurez me acostumbré poco a poco hasta inclusive
lograr olvidar mis diferencias, aunque en el fondo sabía que me estaba
engañando, no se podía llevar una vida “normal” al tener tantos vacíos en mi
vida. En ese momento preciso de mi vida estaba bajo control pendiente a
mantener mis demonios internos encerrados. Hasta que conocí a Lucio. Sea amor,
amistad, fraternidad, él trajo a mi mundo de negro y blanco, color, con su
sonrisa tan franca y sus brazos siempre abiertos para secar mis lágrimas sin
sentidos, como lo extrañaba, incluso antes de su desaparición me hacía falta,
era como si le hubiera dejado de importarle, en sí uno de los peores castigos.
El momento más triste de todos fue aquel día en el parqueo del campus, cuando
sentí que lo estaba perdiendo. ¿Acaso, podría ser, que hubiese presentido su
desaparición? Por supuesto,
esa sensación de pérdida no era nueva, siempre ocurría en el momento de
despedirme de las personas para siempre, como una alarma, un susurro apenas
audible, casi incomprensible que me informaba sobre futuros malos presagios;
durante muchos años logré negar lo que pasaba, sin embargo, con el tiempo me
rendí ante la evidencia: no se podía luchar contra los dones o maldiciones de
la naturaleza, intuir cuando las personas se iban a morir o simplemente cuando
no las volvería a ver jamás… ¡Vaya don!
Al principio fue extraño sentirlo y menos explicable, me costó encontrar
la relación entre esa “incomodidad” súbita con ciertas personas seguido de sus
muertes. Cuando empecé a enfocarme más, me percaté de que las personas tienen
una especie de aura alrededor de ellas, por la cual era fácil entender sus
estados de ánimo e incluso saber cómo se sentían y pensaban. Sin embargo,
cuando ellos se acercaban a la muerte su aura se ponía como borrosa, haciéndome
difícil sentirla, era como si hubiesen de tener significado o existencia.
Con
la gente que amaba era distinto, me imagino que debe ser por la poca
objetividad que poseemos cuando los sentimientos se involucran. Sí, con los
seres queridos era más complicado, en
lugar de no sentirlos, pasaba sencillamente todo lo opuesto, es más bien una
necesidad dolorosa que se apodera de mí
para estar con ellos a toda costa, como para aprovechar cada momento, rindiendo
cada minuto de tiempo ya contado. Y cuando mis demonios se sueltan, es donde
todo se complica, estar con ellos a toda costa porque nunca los volveré a ver,
o porque no quería estar sola. Pero lo inevitable siempre acecha.
La
parte de los sueños es aún más complicada, también con el tiempo y la práctica
logré tener pequeñas premoniciones: un lugar, una conversación hasta alcanzar a
tener “visiones” inclusive de día. Logré desarrollar tanto mi intuición, que un
día logré saber el contenido del examen, una sensación de urgencia por estudiar
un tema más detenidamente que otro; por lo general si no me hacía caso luego me
arrepentía.
Al
inicio todo empezó como una curiosidad, un pasa tiempo para convertirse en una
especie de obsesión, todo lo tenía que presentir, saber todo con anticipación,
interpretar todos mis sueños, y todas las vibraciones de todas las personas.
La
obsesión se convirtió en una enfermedad, matando toda la espontaneidad que
poseía y lo que tenía que pasar sucedió, llegó un momento en el cual quedé
exhausta, todo el tiempo, debido a la cantidad de energía involucrada en el
proceso, al dormir las pesadillas me asechaban y de día me “comunicaba” con
todas las auras de las personas alrededor mío. Mi cabeza se había convertido en
un torbellino de emociones y ecos de todo a mí alrededor hasta el más insignificante
detalle, un torbellino en el cual yo me hundía, asfixiándome cada día más.
Por
ello decidí cerrar la puerta por completo y descansar. Con el paso de los años
me volví totalmente ajena a ello, como si nunca hubiese existido.
Hasta ayer.
Nunca había sido víctima de un sueño,
normalmente yo decidía si abría o cerraba la puerta y cuándo parraba mi sueño;
pero esa noche, la puerta se quebró como
si alguien brutalmente le hubiese hecho trizas, dejándome totalmente expuesta y
desprotegida. Está claro que las reglas cambiaron, y que ya no soy dueña de mi
“don” como si la rueda del destino hubiese tomado mi vida entre sus manos.
Mi
intuición más alerta que nunca me alertaba que algo estaba por pasar, algo
grande que cambiará mi vida por siempre, destruyendo toda mi existencia
presente.
Yo,
nada más esperaba angustiada, confundida por lo que me reserva la rueda de mi
destino.
Por
otro lado, todo podría ser el fruto de mi imaginación y todos esos
“presentimientos y sueños” el instrumento para no sentirme sola por el vacío
que dejaron mis padres al morir, y tiempo atrás me pasó por la mente confiarme
a una persona, pero no supe a quién acudir; además era una locura explicar eso
a una persona, fijo me tomaría por una demente.
Todo era tan borroso, y sentía el vació tan
cerca de mí, siempre comparé el vacío con la soledad y durante muchos años,
intenté llenar ese vacío con amigos, amigas y hasta novios; al rato me di por
vencida, era obvio que no era uno de esos vacíos que se podían rellenar.
Me
pregunto cómo hubiese sido de tener a mis padres conmigo, seguramente sería una
mujer totalmente distinta, sin miedos e inseguridades; y la soledad, una
palabra más del diccionario. Mamá, Papá. ¿Por qué no los pude tener a mi lado?
Sentir el calor materno y la seguridad paterna, no era justo, así de simple.
¿Qué tenía yo? ¿Qué había hecho para merecer semejante castigo? Nada. Ni
siquiera tenía una idea de cómo eran físicamente, o a quién me parecía más,
eran simplemente unos desconocidos. Sam, mi tío, nunca se había tomado la
molestia de explicármelo, evadiendo el tema cada vez que lo abordaba, de allí
mi decisión de estudiar lejos de su casa y con el paso de los años en la
universidad la distancia nos convertimos en desconocidos. En realidad nunca
confié en él tampoco, ni en nadie totalmente que digamos, al principio, Sam se
frustraba buscando maneras de acercarse a mí, al final, y para mi gran alivio,
se dio por vencido.
La
excepción siempre había sido Lucio, el único en entenderme, o más bien en no
tratar de hacerlo, aceptándome; fuimos los mejores amigos, hasta que decidimos
empezar a salir juntos. Un grave error. Inconscientemente mis barreras
volvieron a controlarme y eso enfurecía a Lucio:
»—¡No
confiarás en alguien nunca! —me había reprochado—, y yo no puedo amarte así, no
de esta manera. No te dejas ser feliz, mantienes una especie de control sobre
ti misma que te impide disfrutar plenamente de lo que tienes alrededor, como si
fueras a perderlo todo. Nunca expresas tus sentimientos conmigo, y cuando estoy
contigo tengo la impresión de que simplemente te dejas llevar como si estuvieras
esperando algo que nunca llega.
Recordarme
de esa confrontación me hizo llorar, en aquel entonces sabía que él tenía
razón, pero también sabía que no había nada en mi poder que yo pudiese hacer
para cambiar.
En
ese momento supe que nuestra relación estaba muerta, él se distanció más,
esparciendo las visitas, los planes de fines de semana, luego las llamadas, y
finalmente me propuso terminar nuestra relación y quedar como amigos; sintiéndome
culpable, acepté sin berrinches, ni enojos, nada. No me importaba tenerlo como
amigo, lo importante es que Lucio fuese parte de mi vida. Pero al final lo
termine perdiendo, nuestra amistad tan especial se fue marchitando con el
tiempo, y terminamos siendo buenos amigos, ni más y mucho menos…
Pero
él tenía razón, sabía que ejercía un autocontrol constante, ser calmada,
educada, tolerante, aunque por dentro sintiera ganas de patear, llorar y gritar.
Nunca dejar una persona amarme, porque yo no podría amarla de vuelta con la
misma confianza. Como explique controlar, es la palabra.
Sentí
una vibración en mi pierna y comprendí que era mi celular… Julia.
—Hola,
Julia.
—Hola.
¿Cómo estás?
—Mejor,
gracias. Lo siento, por lo de esta mañana.
—Tranquila,
la verdad que me sorprendiste bastante—su voz era cálida y hasta se rio—. Me
imagino que por lo menos es más humano que la máscara que siempre llevas.
—Jajá
si me imagino que tienes razón.
—Aunque
preocupaste al nuevo chico, a Víctor.
—Bah!
La verdad me vale, además se lo merecía.
Se
quedó un momento pasmada por la reacción
y el tono de mi voz.
—¿A
ver qué hizo para que te enojaras? —Preguntó sin ocultar una inmensa
curiosidad—. ¿No me vas a decir que te gusta, o sí? Claro él es bastante guapo,
pero ya sabes tiene su reputación.
—¿Cuál
reputación?
—¡Vamos!
No me vas decir que no sabes que él proviene de una de las familias más
poderosas del país… su reputación es que él no sale con ninguna mujer de su
edad y menos de la misma universidad. Me
contaron que de ese modo puede terminar la “relación” cuando quiere.
—Ya
veo, caso perdido. De por sí es un arrogante de primera no lo soporto. ¿Y sabes qué es lo peor? Se
supone que tengo que servirle de guía para que el Señor no se pierda. Pero
ahora que me mencionas de donde proviene, dije sarcásticamente, no me extraña
que los profesores se preocupen más de la cuenta. Yo, cuando empecé la carrera
no tuve la dicha de tener un guía personal y exclusivo.
—¡Vaya
sí que estás enojada! En serio te pidieron eso, que increíble…
—Además
se supone que no debo de comentarlo ya que la buena obra debe de haber
provenido de mí sin involucrar a los profesores.
—O
sea estás en un lío.
—No,
no le debo favores a nadie, después de todo no pienso darle un trato especial.
No quiero a nadie en mis patas y mucho menos ahora.
—Si
claro, te entiendo. —Su voz se había apagado ya que había entendido sobre que
versaba mi indirecta—. Hablando de nuevos, ¿sabes hay un nuevo médico en la U?,
llegó hace unos días.
—¡Qué
bueno! —La verdad ni me importaba—, Julia, no me había dado cuenta, se está
oscureciendo y estoy en el bosque, mejor me apresuro a volver a mi carro.
—¡Estás
en el bosque a esta hora! ¡Perdiste la cabeza! sabes todos los cuentos y
leyendas que hay en la universidad.
—Ah,
vamos. ¡No me vas a decir que crees en esas estupideces!
—Aun
así, eres una mujer, y bonita. No es seguro, por favor apresúrate y llámame
cuando vuelvas de allí.
—Seguro
—dije colgando.
El
atardecer de un rojo vivo mezclado de anaranjado llevaba el canto de los
pájaros y sus cantos relajándome. Cerré los ojos y levanté los brazos dejándome
llevar por aquel momento, respiré hondo sosteniendo el aire un momento, la
impresión de ser parte del bosque, como un elemento más de la naturaleza, me
envolvió, aliviándome, curando mis heridas. No quería moverme, solamente seguir
disfrutando aquel inusual momento de paz interna.
De
cumplirse un deseo, pediría que el bosque me absolviera como el agua; sin
embargo no era suficiente, la necesidad y la sensación iban incluso más allá.
Quería ser parte de la Madre Naturaleza, como un pájaro para que el viento acaricie
mis plumas, o una piedra para que el agua fluya sobre mí eternamente, de ser un
animal nocturno quisiera ser un búho para no temerle a la noche.
Con
los brazos siempre en lo alto imaginé una leve brisa envolviéndome susurrándome
en el oído y jugando con mi pelo, las hojas de otoño volaban al ritmo del
viento, se sentía tan real que comencé a reír; y justo en ese momento me sentí
libre.
Al
rato, el recuerdo de la preocupación en la voz de Julia me hizo recordar que no
era muy razonable tardarme. Así que con cierto arrepentimiento, empecé a
recoger mi celular y mis llaves del suelo.
En
ese instante, los pájaros dejaron de cantar y sentí una amenaza, alguien
vigilándome, me paré en seco, mi corazón latía fuertemente. Escruté mi
alrededor a ver si podía ver de dónde provenía esa sensación, nada; sólo
escuché el sonido de los pájaros volver poco a poco, me erguí y solté una risa
nerviosa, era ridícula, seguro con el rollo de mí deseo y lo de Julia, me
desubique más de la cuenta.
Comencé
a caminar despreocupada hacia mi vehículo, al llegar, metí las llaves en el
contacto, cerré la puerta, arranqué y me fui.
****
Unos ojos vigilaban los
movimientos de aquella dama. Observó con mucho interés la brisa que emanaba de
ella y la manera en que ella lograba controlar el ritmo del viento levitando
algunas hojas del bosque; luego todo paró, recogió sus pertenencias y se fue.
Momento después, pensó, que ella
lo había sentido, lo cual era absurdo
por ser una simple humana. ¿Pero acaso los humanos controlaban los elementos
del bosque?
Con la duda en suspenso, siguió
cazando a su siguiente víctima.
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