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CAPÍTULO 3: TRAICIÓN

       Esta mañana al abrir los ojos supe de inmediato que había dormido bien, percibí mi cuerpo más relajado, y mi buen humor aumentó al ver un rayo de luz entrar a través de las cortinas hasta mi cama. Me levanté sonriente y hambrienta, pensando hacerme unos huevos con tostadas, sólo el hecho de pensar en ello me llenó la boca de agua, hasta me sorprendí cantando al preparar mi desayuno. Llené mi vaso con un jugo de naranja, el contacto del líquido dulce y frío en mi boca incrementó mi sed de manera incontrolable. Terminé por vaciar el litro de la botella.

Cargué mi desayuno hasta la mesa pensando en comer viendo la televisión, pero era la hora de los noticieros: la hora de las malas noticias, de los accidentes, de las muertes, de las guerras, del desempleo, y de la alza de las tarifas. A momentos odiaba mi futura profesión.

Al final opté por poner un CD de música clásica, me levanté con otro vaso de jugo en mis manos y encendí la HI-FI, escogí una compilación de los mejores clásicos, las primeras notas empezaron a sonar, mi oído se deleitaba con la música y mi lengua con el sorbo de jugo, mientras la cortina de la ventana me acariciaba el antebrazo. Me sentía estupenda.

 

La impresión de olvidar algo importante me invadió, sin embargo, la música me llevaba a otra dimensión, alcé los hombros impotente, seguro me recordaría más tarde.

Puse los trastos en el fregadero, pensando en la ropa que me iba a poner, en ese momento, decreté que el amarillo sería el color del día con un pantalón café, me duché al ritmo de la misma música mientras tanto mi mente se adelantaba sobre mi agenda; la mañana empezaba con la clase de economía, en la tarde tenía Técnicas de Investigación Periodística, y en la noche Teoría del Estado sin olvidar ser la guía de Víctor. Se me ocurrió la idea de llevarle los cuadernos de todas las materias para que pudiera ponerse el día, y en cierta forma cumplir liberándome de él. Después de vestirme traté de peinar mi cabello rojizo ondulado, lo cual no era muy fácil; me pinté los ojos y me puse algo de brillo en los labios, y de  paso decidido agarré todos los cuadernos y las llaves cerrando las ventanas y la puerta de mi apartamento.

 

Llegué bastante rápido, aunque sabía que tenía que enfrentarme a Víctor en un momento dado, preferí retrasar el intercambio quedándome en mi carro a repasar la materia. Después de varios intentos de leer y entender la misma frase, me di por vencida, era absurdo, ni siquiera lo conocía. Me recordé de las sospechas de Julia al decirme que me gustaba, y sentí el calor llegar a mis mejillas. ¡No podía ser eso!  Es cierto  que poseía un encanto natural poco común y bastante clase, con un aire de autosuficiencia que ponía la confianza de cualquiera por el piso; a pesar de ello, Víctor no dejaba de ser una persona fría y desagradable; además según Julia, era un mujeriego.

Por lo cual: de cerca está bien pero de lejos, mucho mejor.

Me fijé en la hora, entrábamos en cinco minutos, ya era tiempo. Cuando lo encontré sentado, esperando, nuestros ojos se cruzaron y me forcé por sostener el peso de su mirada negra, segundos después Víctor bajaba sus  hermosos ojos contrayendo su mandíbula. Al llegar a su mesa le enseñé los cuadernos explicándole que si ocupaba alguna ayuda o tenía alguna duda pues que le podría ayudar.

—Gracias. —Eso fue todo lo que me contestó, gracias.

 Su voz era neutral, sin ninguna expresión en particular. Perpleja, decidí ignorarlo;  a lo más seguro pensaba que yo seré una de las tantas en sucumbir a su “encanto”. Me reí en mi interior mientras elaboraba un plan maquiavélico: estábamos en miércoles.

—A propósito, necesito que me los devuelvas este viernes. —Mi voz sonaba bastante determinada, lo cual me dio bastante satisfacción.

La profesora Betancourt entró solemnemente y nos dijo:

—Saludos. Antes de empezar a sacar la materia, me acaban de informar que las clases van a ser suspendidas el día de hoy. Como sabrán, el joven Lucio no ha sido encontrado todavía. Por ese motivo vamos a reunirnos todos en el gimnasio, ahí estarán los padres de Lucio  y la policía. Pasaré lista, todos los presentes tienen que ir, esa reunión es de carácter obligatorio.

El ánimo que había logrado recuperar esta mañana se desvaneció por completo, la idea de esa reunión no me alegraba mucho, lamenté en ese momento  haber venido a clases, la idea de ver a los padres de Lucio desfigurados por el dolor no me resultaba fácil tampoco. Conocía demasiado bien el dolor que puede ocasionar la pérdida de un ser amado y no me imaginaba lo que podían sentir ellos, al tratarse de su propio hijo; era simplemente contrario a la propia naturaleza.

 

Al llegar al gimnasio, me senté en las gradas del medio, y observé cómo se llenaban poco a poco las gradas de alumnos; unos eran compañeros míos,  con otros estaba familiarizada al verlos por ahí, mientras que, los demás eran simples desconocidos. No obstante, todos tenían un punto en común, no les importaba. Se reían, haciendo bromas estúpidas, viendo esa reunión como una simple distracción para “escaparse” de clase. Siendo honesta, me hubiese gustado pertenecer a esa clase de personas, hasta  me causaba envidia verlos tan despreocupados. En cambio, aquí estaba yo, con la mirada llena de una tristeza infinita, sin nadie alrededor.
Al percatarme de cierto movimiento en la tarima, mi corazón brincó hasta mi garganta al ver la fotografía de Lucio con esa sonrisa que tanto conocía, que tanto extrañaba; me recordé, con pena, de aquellos momentos felices, en los que nos reíamos de las bromas o babosadas del uno o del otro.

Aquellos tiempos habían terminado, de eso sí estaba segura, y nada de lo que hiciera, podría hacernos volver a aquellos tiempos tan felices, sentí mi garganta apretarse aún más y las lágrimas inundaron mis ojos. En este preciso momento, con la vista borrosa por las lágrimas, pude ver a la madre de Lucio, que con un gesto me pidió unirme a ellos. No tuvo que insistir mucho, de poder escoger, prefería estar con los padres de Lucio, que ser una marginal entre una masa de personas superficiales y alegres; bajé las escaleras y caminé tímidamente para encontrar refugio en los brazos tendidos de Mariela. Me burlé de mí misma sin ninguna compasión, yo, debería de dar consuelo en lugar de llorar la pérdida de mi amigo, en los brazos su madre; que patética era yo, no me venía nada más a la mente.

El director empezó su discurso pidiendo silencio en el micrófono. La masa se calló, esperando.

—Estamos aquí reunidos, con el propósito, de dedicar un momento para el joven Lucio, el cual desapareció misteriosamente hace unos días. Sus padres, aquí presentes, quisieran tener un momento con ustedes, les ruego que escuchen atentamente sus palabras…

Mi mente se desconectó, no quería escuchar ni una palabra más, quería dejar el recuerdo de mi Lucio intacto, la imagen aquella, de ese joven lleno de vida caminando hacia su carro con elegancia y fuerza. El director hablaba cuando Mariela empezó a decirme:

—¿Te ha dicho algo en especial? Algo que justificaría su comportamiento: algún problema, una inquietud; o puede ser una impresión tuya, o una sospecha que nos podría ayudar.

La voz de su madre era como un puñal en mi corazón, no sabía nada en lo absoluto, y tampoco podía aliviarle aquel dolor inmenso que se sentía en el tono de su voz y en su mirada. Alcé la mirada viéndola a los ojos tratando de hacerle entender que me sentía totalmente impotente y no había en mí la más remota posibilidad de ayudarla a atenuar aquel sufrimiento, le rogué que me perdonará por no haber sido una mejor amiga para Lucio, su hijo, como él lo fue para mí.

—Tranquila, te entiendo —susurró Mariela—. Lo encontraremos, y verás que todo volverá a la normalidad.

Le sonreí sacando todas las fuerzas que me quedaban para mentirle y darle la esperanza. Cuando bajé la mirada, sabía que era muy tarde, algo me decía que nada iba a ser como antes si lo encontrábamos; mis lágrimas de desesperación sin fondo, cayeron sobre mis mejillas

—Deberías ir a descansar, Nina, te ves sumamente cansada, no hay nada aquí que puedas hacer para ayudarnos. Créeme si pudiera y estando en tu lugar no lo dudaría, me iría a la casa entre almohadas.

Su voz se quebró al final, pero entendí lo que me quiso decir; ella no podía rendirse ante la lucha, siendo madre, nunca podía perder la esperanza por más fuerte que fuera la tentación de hacerlo. Sin embargo, en mi caso, no tenía ningún compromiso, o atadura que me obligara a hacerle frente a toda esa masa.

—Lo siento —logré decir—, no poder ayudarle más, pero si sirve de algo, yo también amaba a Lucio a mi manera, al igual que la quiero a usted.

—Gracias Nina —los ojos de Mariela brillaban—. Puede ser que todavía no te das cuenta, pero tú eres una joven muy especial a tu manera.

 Me parece que hay cosas en el cuarto de Lucio que te pertenecen, si quieres, puedes ir ahora que no hay nadie en la casa, y estar un poco tranquila.

Pese al pro y al contra de su propuesta: Lucio podría volver y enojarse por haber violado su santuario; y si no vuelve estaría perdiendo la oportunidad de escaparme de aquí con el consentimiento de Mariela, y estar un poco más cerca de Lucio aunque fuera por un momento, de modo que asentí con la cabeza. En ese momento Mariela me soltó de sus brazos y la observé, mientras sacaba de su juego de llaves las que me servirían para entrar me extendió un par de llaves dándome las instrucciones que consistían en dejarlas debajo de la alfombra antes de irme.

—Vete, no tenemos por qué estar todos aquí ahora.

—Gracias.

Me aparte, saliendo del gimnasio, alejándome de la masa con cierto alivio. Llegando al parqueo, oí a un grupo de jóvenes a la par de un vehículo lujoso, no hacían nada, parecían más bien estar esperando a que terminé la reunión.

 Tomé mis llaves pidiendo permiso para pasar, cerré la puerta, y salí del parqueo a toda velocidad sollozando.

Cuando llegué a la casa de Lucio me quedé un rato al frente, me sentía vacía al saber que no había nadie en la casa, soplé para darme impulso y fuerza para salir de mi vehículo con las llaves de la casa en la mano.

Subí las escaleras, una, dos, tres, estaba a punto de meter la llave en la cerradura pero me pregunté si estaba lista para enfrentarme a la realidad; sin embargo, la curiosidad que sentía no me hizo cuestionar mucho más y giré la llave en la cerradura.

El característico clic me dio la señal de que la puerta estaba ya abierta; con la mano agarré la perrilla de la puerta cuyo quejido al abrirse hubiera despertado a un muerto, con un gesto más brusco y rápido terminé por cerrarla sin escuchar ni un ruido.

En el umbral, estaba envuelta por un silencio religioso acompañado por el péndulo, clic clac, clic clac, los dos juntos lograron que se me pusiera la piel de gallina, crispada, avancé cautelosamente hacia el segundo piso a donde se encontraba el cuarto de Lucio; la escalera era de madera oscura con una alfombra roja a lo largo de ésta, al subir no se escuchó los tacones de mis zapatos absorbidos por la alfombra pero sí el crujir de la madera señalando mi posición a cada paso.

Una vez en el segundo piso me di cuenta de que el recuerdo que tenía de esa casa era totalmente erróneo, había un montón de puertas dando la impresión de estar en un pequeño laberinto, por dicha, mi memoria no me fallaba al punto de no recordarme que su cuarto era el más alejado de todos… en esos tiempos me parecía ser lo más oportuno dadas las circunstancias…, pero ahora tenía que atravesar todo el corredor, el cual me pareció enorme. Con el poco coraje que me quedaba crucé ese corredor hasta llegar frente a su puerta, inconscientemente cerré el puño lista para tocar la puerta (lo cual era ridículo) aun así hubiera preferido esa situación.

Me sentí triste, Lucio me hacía una falta enorme. Inspiré profundo y abrí la puerta, el impacto fue pero de lo me imaginé, el vacío que sentí era descomunal y casi sobrenatural. Intenté tragar saliva, al sentir que mi garganta se cerraba por la emoción, el cuarto estaba igual que la última vez que había venido aquí: la cama estaba tendida, y sobre el mueble que servía de biblioteca los libros estaban perfectamente ordenados.

Mariela me había dicho que quedaban cosas que me pertenecían, de manera que empecé a buscar pertenencias mías; dirigiéndome hacia su escritorio, pude notar que su material de historia estaba ahí tirado, y al levantar la vista, la sorpresa fue intensa al ver que nuestra fotografía, la de nuestro primer aniversario de noviazgo, estaba siempre allí. Hacíamos una linda pareja, desde un punto de vista exterior; Lucio se veía ciertamente muy feliz, tranquilo y pausado, al contrario, yo trataba de tener una compostura más relajada infructuosamente. Suspiré dejando la foto a donde la había encontrado. Que irónico, él me había terminado, pero todavía tenía esas reliquias, mientras que yo, ya había botado todo aquello que podría haberme recordado esa época, permitiéndome de esa manera mentirme a mí misma, y creer fuertemente en nuestra amistad. Continué viendo qué más pudiera ser mío, y me detuve unos segundos sobre el cable que unía la cámara de video con el televisor, el cual prendí. 

Con la cámara en las manos encendida le puse inicio, y la grabación empezó a rodar.

Éramos nosotros en la casa de Julia para su cumpleaños, oí la voz de Lucio quien sostenía la cámara regañando a Julia por no haberse tomado el trago entero… empecé a reír y a llorar al mismo tiempo, Lucio… Al rato volví a prestar atención al vídeo, pero el ambiente era distinto, y no aparecía ni Julia ni yo, ni la casa, sino un bosque. Alguien más debía de grabar, ya que aparecía Lucio riéndose con otros, y de pronto una mujer guapísima se le acercó llevaba una camisa rosada, unas mallas de color negro con una falda por encima, sus tacones de agujas resaltaban aún más su grande estatura. Ella se intimidó falsamente frente a la cámara cuando Lucio pasó la mano dentro de su escote para palpar sus generosos pechos, y luego ella lo besó apasionadamente mientras él respondía fogosamente; la mujer era una rubia de ojos azules profundos acompañados de unas pecas sobre sus mejillas, su rostro era perfecto, ella era perfecta, hermosa. Lucio aproximó su mano a su cara de un gesto suave y delicado, luego bajó la mano hacia sus nalgas sin dejar de besarla.

Un dolor comparable al de una puñalada me perforó el pecho, cortándome la respiración, revolviendo mi estómago. Aun así, me quedé petrificada, incapaz de moverme, ni siquiera para detener las imágenes de la pareja filmando sus intimidades; momentáneamente me percaté de la fecha en la esquina derecha abajo del televisor, no lograba creer lo que estaba viendo, en esa época todavía éramos novios, mi puño se cerró sobre la cobija de la cama, en un intento por amortiguar toda la desesperación que sentía en ese momento. El dolor se estaba transformando en un sufrimiento sin límites, propagándose en todo mi ser envenenando mi corazón; decidida me levanté y apagué el televisor.

Los puños crispados de la ira arranqué de mi cuello aquel collar que él me había regalado para mi cumpleaños. ¡Mentira! Toda nuestra historia había sido una gran mentira. No me importaba recuperar mis pertenencias olvidadas, pertenecían a un pasado irremediablemente muerto a mis ojos, al igual que Lucio. Salí del cuarto sin voltearme a ver, con dirección a la salida de la casa, cerré la puerta dejando las llaves debajo de la maseta, tal como me lo había pedido Mariela, y me dirigí hacia mi carro.

Me sentía peor que al irme del campus

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